viernes, 15 de septiembre de 2017

Miguel Ricardo de Álava. Héroe de Guerra de la Independencia y de Waterloo


Militar y diplomático liberal, el general Álava conoció el poder y la gloria pero también la impotencia y el exilio. Se ganó el respeto y el afecto de cuantos le trataron. Entre sus amigos se contaban personalidades tan destacadas como Lord Wellington, Talleyrand o el rey Guillermo I de Holanda. 

Combatió como “segundo” del Duque de Wellington en la batalla de Warterloo, que acabaría con las ideas expansionistas de Napoleón Bonaparte.

Nacido en el seno de una familia noble con larga tradición de servicio en la milicia y en la burocracia real, Miguel Ricardo de Álava y Esquível vio la luz en Vitoria en febrero de 1772. Pedro Jacinto de Álava y Saénz de Navarrete, su padre, fue titular del mayorazgo de los Álava y señor de Quintana, Urturi y Rituerto y miembro del Consejo de Hacienda de S.M. por su empleo como gobernador de rentas reales y subdelegado de correos para Vitoria y su partido; María Manuela de Esquivel y Peralta, su madre, también pertenecía a uno de los linajes alaveses más ilustres. Se casó con su prima, Loreto de Arriola y Esquivel, nacida en 1785, descendiente de los Marqueses de Legarda.

Retrato del General Álava
Con nueve años recién cumplidos ingresó en el Seminario de Nobles que la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País regentaba en Vergara. Este centro, creado para educar a los hijos de la aristocracia vasca, destacó por la modernidad de su proyecto docente. El plan de estudios combinaba las humanidades (gramática, latín, filosofía, historia, etc.) con las ciencias puras (matemáticas, física, química, etc.) sin descuidar ni el dibujo ni las lenguas modernas (francés e inglés). Música, esgrima y baile completaban un programa de formación integral, que buscaba la plenitud física, intelectual y moral de los internos. Éstos eran educados en un estricto código moral basado en la dignidad personal, el amor al trabajo y una serie de virtudes como el respeto a la ley, la vocación de servicio o el amor a la patria.

Posteriormente, Álava ingresó como cadete en el ejército real. Pero poco después se pasó a la armada aconsejado por su tío, el almirante Ignacio María de Álava. Durante los dieciséis años que sirvió en la marina real, dio varias veces la vuelta al mundo y fue apresado por los ingleses después de un combate naval frente a las costas filipinas. En su hoja de servicios consta también que se distinguió en el sitio de Tolon (1793) y en la batalla de Trafalgar (1805), que a la postre acabó con la hegemonía marítima española. En 1807 fue licenciado con el grado de teniente de navío y pasó a residir en su ciudad natal. Cuando en 1808 se produjo la invasión napoleónica era concejal del ayuntamiento vitoriano y procurador de la Junta General de Álava. Pero por poco tiempo, por su hoja de servicios, su prestigio personal y su dominio del francés, el representante de Napoleón en España lo envió a Bayona para representar a la marina en lo que luego resultó ser un simulacro de debate constitucional convocado para arropar la proclamación de José Bonaparte como rey de España.

Consciente de la gravedad de aquel hecho, Álava retornó a la península y buscó al general Castaños para ponerse a sus órdenes. Estuvo al lado del vencedor de Bailén hasta que la Junta Central le destinó al estado mayor de Wellington, generalísimo de las tropas aliadas anglo-hispano-portuguesas, donde pasó el resto de la contienda. Luchó contra los franceses a las órdenes del mariscal inglés en Busaço (1810), Arapiles (1812) y Vitoria (1813), alcanzando el grado de general al término de la contienda. También acompañó a Wellington en la decisiva batalla de Waterloo (1815). El general Álava destacó tanto por sus habilidades castrenses como sus virtudes humanitarias. 

El Duque de Wellington en Waterloo
En agosto de 1812, poco después proclamar la constitución en Madrid siguiendo el mandato de las Cortes, ofreció una amnistía para los españoles enrolados en las filas bonapartistas que entregaran las armas. Ese deseo de humanizar la guerra y evitar la violencia gratuita volvió a aflorar en el general Álava muchos años después, en plena guerra civil, cuando promovió el convenio Elliot (1835) por el cual los jefes liberales y carlistas se avinieron a intercambiar los prisioneros de guerra.
Aunque pasó gran parte de su vida lejos de su Vitoria natal, también representó a sus paisanos como concejal (1808), como diputado general (1812-5) y como diputado en cortes (1822-3). Pero los vitorianos le recordaron siempre por su valerosa actitud del 21 de junio de 1813 cuando se adelantó al frente de la caballería inglesa, cerró las puertas de la ciudad a los franceses que derrotados se retiraban en desbandada y salvó a sus paisanos de un saqueo casi seguro. Tras la batalla de Vitoria el general apenas permaneció unas semanas en la ciudad: el tiempo justo para sanar de sus heridas y contraer matrimonio con Loreto Arriola el 22 de noviembre 1813. Una semana después salió para Bayona con el fin de reincorporarse al estado mayor de Wellington.
Monumento a Álava en Vitoria
La filiación liberal del general Álava le ocasionó algunos roces con Fernando VII quien, finalmente, le envió como embajador ante Guillermo I de Holanda (1815). En 1812 recibió el Toisón de Oro y, en octubre de 1815, fue nombrado Caballero Comendador extraordinario de la Orden del Baño, y en 1816 ingresó como caballero de la Orden de Santiago.

Durante el trienio constitucional Álava fue nombrado capitán general de Aragón (1821) y elegido diputado en cortes por el distrito de Vitoria (1822). Condenado a muerte tras la caída del gobierno constitucional, Miguel Ricardo se exilió primero a Inglaterra y después a Francia. Privado de honores y bienes, llevó una existencia incierta y apurada. Amnistiado en octubre de 1833 tras la muerte de Fernando VII, fue nombrado vocal del Consejo de Estado, Prócer (seandor) del Reino.

En la capital inglesa Álava trabajó en favor del convenio Elliot y consiguió que Portugal, Inglaterra y Francia ayudaran militarmente al gobierno español en su lucha contra los carlistas. Volvió a la Península acompañando a la Legión Británica en el verano de 1835 para hacerse cargo del ministerio de Marina en el gabinete moderado de Toreno. Pero en aquel Madrid minado por la lucha política descarnada entre las dos fracciones liberales las cosas cambiaban de un día para otro. Después de haber rechazado la presidencia del consejo de ministros que le ofreció el progresista Mendizábal, aceptó en noviembre la embajada en París. Su ruptura con los progresistas fue sonada: en el verano de 1836 dimitió de sus cargos como protesta contra el golpe de estado instigado por los progresistas y ejecutado por los sargentos de la guardia real. Los moderados repescaron a álava dos años después y le confiaron la embajada española en Londres (1838-41). Ése fue su último destino oficial. Poco después se estableció en Vitoria, si bien murió en el balneario francés de Barèges en julio de 1843.

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