sábado, 8 de abril de 2017

Manuel Luis de Zañartu e Iriarte. Vasco ilustre. El corregidor de hierro


Su obstinación, su dureza y su carácter excéntrico, lo convirtieron en una figura de las más interesantes y enigmáticas del pasado colonial de Chile.

Su fama se debió a la crudeza de sus procedimientos para contener el pillaje y la comisión de delitos y por la construcción de numerosas obras públicas en la ciudad de Santiago, capital del Reino de Chile.


Manuel Luis de Zañartu nació en Oñate, Guipúzcoa, en 1723, el feudo ancestral de los Velas y Guevaras. Hijo de José de Zañartu y Palacios y Antonia de Iriarte y Lizarralde, perteneció a una familia de nobleza vizcaína; de hecho, parte de sus ancestros ocuparon puestos concejiles en su pueblo natal, los cuales antaño estaban reservados a personas que acreditaran ser hidalgos. El progenitor era un próspero comerciante de productos agrícolas, y poseía graneros y bodegas en Valparaíso y tierras cerca de lo que ahora se llama Concón las cuales le fueron concedidas por el virrey de la época. .Murió en Santiago de Chile en 1782; siendo sepultado en el convento del Carmen de San Rafael, conocido después como “el Carmen Bajo”.

Luis Manuel llegó a Chile junto a sus padres y tíos en 1730. Ese mismo año fue puesto bajo la dirección de un preceptor jesuita, para después educarse en el Convictorio Jesuita de Santiago. Al cabo de cierto tiempo, fallecieron sus padres y, como único hijo, se convirtió en su heredero universal, transformándose en uno de los sujetos más ricos del reino.

El joven Luis Manuel recibió noticia de su hermana Margarita, de que sus heredades en España habían sido gravadas con los acostumbrados impuestos cobrados a los pecheros (no nobles), lo cual la indignó. Por esto, en abril de 1755 se resolvió viajar a España con el objeto de demostrar su calidad social y, con ello, impugnar y dejar sin efecto el cobro de tales gravámenes. Así, pues, en 1757 Zañartu otorgó poder al presbítero Juan José de Araos y Otálora para que lo representase ante el ayuntamiento de Oñate, y entablase juicio de ejecutoria de nobleza. Logró su cometido y fue declarado "caballero hijodalgo de casa y solar conocido"; a la vez, obtuvo que se suspendiera el impuesto sobre sus bienes.

Retrato del corregidor con su esposa y escudos de armas de ambos
Al año siguiente regresó a Chile, trayendo diversos artículos y mercaderías; luego, contrajo matrimonio en Santiago, el 24 de septiembre de 1758, con María del Carmen Errázuriz y Madariaga, natural de dicha ciudad, hija de Francisco Javier de Errázuriz y Larraín (el fundador de su linaje en Chile) y de María del Loreto Madariaga y Lecuna Jáuregui. De este matrimonio nacerían dos hijas: Teresa de Jesús Rafaela (nacida en 1759) y María de los Dolores (nacida en 1761), a quienes su padre confinó de por vida en un convento de la capital chilena. Poco tiempo después, su esposa falleció.

Zañartu, preocupado por el futuro de sus hijas, discurrió que lo mejor para ellas sería tomar los hábitos. En 1776, obtuvo permiso del Rey para fundar un nuevo convento, y él mismo financió las obras y dirigió la construcción del monasterio y de la iglesia.

En 1780, cuando los edificios estuvieron terminados, sus dos hijas -de 11 y 9 años de edad- fueron trasladadas al convento que se denominaba del Carmen Bajo y 7 años después fueron obligadas a profesar. Las dos niñas ingresaron a la orden con una cuantiosa dote proporcionada por su padre.

Así, el joven Luís Manuel, una vez autenticada la nobleza de su familia se inició en el comercio, pero lo que le daría fama en la historia de Chile sería su labor como corregidor de la ciudad capital del Reino, cargo en el que lo nombró el Gobernador Antonio de Guill y Gonzaga (11 de diciembre de 1762).

En 1762, el gobernador de Chile extendió a Zañartu el nombramiento de corregidor de Santiago, cargo que lo convertiría en una de los hombres más duros, famosos y enigmáticos de la historia de este país sudamericano. Unió a este empleo los títulos honoríficos de Justicia Mayor y Lugarteniente de Capitán General, situación que lo habilitaba para portar bastón de mando y le confería poder militar. Zañartu usó ampliamente estos poderes con mano firme e hizo caso omiso a las fuertes críticas de los vecinos de los cuales fue víctima, por lo cual recibió el apodo de “el corregidor de hierro”.

Cuando asumió su cargo, Santiago había caído en cierto grado de corrupción, violencia casi cotidiana y falta de higiene, que hacían de este un lugar poco grato para habitar, lo que aprovechó Zañartu para elaborar un programa que comprendía la realización de un plan de obras públicas necesarias y que además servirían para dar trabajo remunerado a ociosos, vagos y maleantes, que en aquellos tiempos pululaban por las calles de Santiago. De ahí que surgiera la necesidad de reformular las pautas de convivencia urbana y de imponer drásticamente un nuevo ordenamiento tanto urbano como social. Zañartu se propuso como meta revertir el estado de las cosas en Santiago y definió un medio de acción: la firmeza de la autoridad para con los alteradores del orden público.

Su programa tuvo un gran éxito, lo que le valió para ser ascendido a Coronel del Regimiento de Infantería de Milicias de Santiago en 1778. También lo designó albacea testamentario con la expresa cláusula que lo liberaba de rendir cuentas. Pero mas allá de su eficacia en la planificación, lo que le hizo ganar celebridad, fue el mantenimiento del orden público en la ciudad y su esmero en inculcar en las muchedumbres los buenos hábitos de moralidad y decencia harto olvidados en el Santiago de la época, en especial entre negros y mulatos, pero también entre individuos de más alta alcurnia que en algo se desmandaban y cuyas buenas costumbres habían caído en el relajamiento.

Puente de Cal y Canto
Durante su regencia emprendió un vasto plan de obras públicas, que además de necesarias, embellecerían la ciudad y proporcionarían una fuente de trabajo para los desocupados, evitándose así un foco de delincuencia. Muchas fueron las obras en las que, de un modo u otro, intervino el corregidor Zañartu. Entre ellas, se pueden nombrar las mejoras introducidas en el sistema de abastecimiento de agua potable, la construcción de nuevos tajamares en el río Mapocho y la edificación de refugios en plena cordillera. La de mayor envergadura de todas y también la más perdurable, fue el Puente de Cal y Canto (202 m), una obra inaugurada en 1782 que prestó servicios durante más de 100 años, hasta que fue demolido mediant su minado en 1888.

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