martes, 28 de marzo de 2017

Álvaro de Luna. Condestable de Castilla


Aristócrata castellano de raíces aragonesas, fue una de las personalidades más importantes en el confuso panorama de la Historia peninsular del siglo XV. Político hábil y tenaz, además de buen poeta y elegante prosista. Condestable de Castilla, maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II de Castilla.


Álvaro de Luna, nacido hacia 1390, en Cañete (Cuenca) fue hijo ilegítimo del noble aragonés Álvaro Martínez de Luna, señor de los territorios de Cañete, Jubera y Cornado y copero mayor de Enrique III, y de María Fernández Jaraba, conocida como La Cañeta o Juana de Uranzadi. La familia Luna siempre tuvo buenas relaciones con la nobleza castellana, en especial con Fernando de Antequera, hecho que proporcionó a Álvaro la posibilidad de engrandecerse en los ambientes políticos de dicho reino; antes de ello, había sido objeto de una notable educación caballeresca, donde demostró su valía tanto en las armas como en las letras, bajo la admonición de un gran protector: Pedro Martínez de Luna (arzobispo de Toledo), su tío-abuelo, coronado Papa en Avignon bajo el nombre de Benedicto XIII.

El joven Álvaro, a la edad de unos diez años, entró a formar parte del séquito del monarca castellano Juan II como paje y compañero de juegos. Tras servir en la corte en asuntos de poca importancia, contrajo matrimonio en 1419 con su primera mujer, doña Elvira de Portocarrero; un año más tarde hizo su primera gran acción en el denominado Atraco de Tordesillas. La influencia de los hijos de Fernando de Antequera en la política castellana propició que uno de ellos, el infante don Enrique, efectuase un ataque por sorpresa a la Guardia Real establecida en Tordesillas y tomase prisionero a Juan II. Álvaro de Luna, con la ayuda de la familia de su esposa y de las tropas de la Hermandad concejil de Toledo, consiguió huir con el rey de su prisión en la ciudad toledana de Talavera de la Reina para hacerse fuerte en el inexpugnable castillo de Montalbán. A raíz de ello fue nombrado conde de San Esteban de Gormaz y recibió, por los excelentes servicios prestados a la corona, entre otros bienes, los señoríos de Gormaz y Ayllón. El poder de Álvaro de Luna se vio nuevamente favorecido en 1423, año en el que fue nombrado Condestable de Castilla en sustitución del defenestrado Ruy López Dávalos, antecesor suyo en el cargo acusado de aragonesista. Desde la condestablía de Castilla, Álvaro de Luna no dejó de aumentar su poder y de sostener la política del reino a modo de valido con la anuencia de Juan II, monarca que prefería la literatura y las artes a las complejas relaciones entre la nobleza y la monarquía.


Álvaro de Luna se decantó siempre como el más firme defensor de la monarquía, en contra de una nobleza dominada por las intrigas palaciegas y las conspiraciones, conjuras que amenazaban con destrozar la unión del reino merced a la conjura de los infantes de Aragón. Dicha labor tuvo momentos de gran éxito y otros de rotundo fracaso, como las dos veces en las que fue desterrado por la unión de la nobleza en su contra (1427-1428 y 1439-1441). En su puesto de Condestable, instigó a las tropas castellanas a continuar con la labor de Reconquista del territorio islámico en la célebre campaña de Granada (1430-1431), consiguiendo la victoria en la batalla de Higueruela (1431) y mantener entretenidos a los aristócratas castellanos mientras sus leales se hacía con la maquinaria del poder.

Pese a todo, la política autoritaria de Álvaro de Luna siempre tuvo enemigos, no sólo los infantes de Aragón, sino también varios destacados personajes de la aristocracia castellana, como el Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez, el linaje Pimentel (hasta su matrimonio en segundas nupcias con doña Juana de Pimentel, hija del conde de Benavente, en 1431), los Stúñiga, don Íñigo López de Mendoza (marqués de Santillana) y quizá los dos personajes que precipitaron su triste final: el Príncipe de Asturias, futuro Enrique IV de Castilla, y su valido, don Juan Pacheco, el todopoderoso marqués de Villena. Por contra, Álvaro de Luna contó siempre con el apoyo de familias segundonas que, gracias a su mecenazgo interesado, consiguieron levantar sus linajes por encima de donde realmente les correspondía. Entre los partidarios del condestable se pueden citar a los Carrillo, a los Álvarez de Toledo y a los Guzmán, además del importantísimo apoyo que para su política le prestaban las minorías de judíos conversos, encabezadas por el burgalés Alvar García de Santamaría.

Unas y otras facciones acabaron por encontrarse en el campo de batalla situado en la castellana villa de Olmedo. El choque, escasamente sangriento, sí tuvo una honda consecuencia política, principalmente porque Alfonso V de Aragón abandonó a su suerte a sus hermanos, y porque una de las escasas muertes que se produjeron fue la del infante don Enrique, por lo que Álvaro de Luna también fue investido (al menos de facto) como Gran Maestre de Santiago, incrementando con el poder económico de dicha orden sus innumerables señoríos, repartidos por las actuales provincias de Madrid, Toledo, Ávila, Cáceres y Segovia.

Sin embargo, su gloria decayó en apenas ocho años. Tradicionalmente, la caída del poderoso valido se ha explicado por una mera decisión personal de Juan II, cansado de las constantes quejas de la nobleza acerca de la política de su gobernador; incluso se ha especulado con el hecho de que la segunda mujer del monarca castellano, la princesa Isabel de Portugal (madre de la futura Isabel la Católica) fuese la instigadora de la prisión del condestable, pero parece ser que las verdaderas razones fueron la política monetaria del condestable que había provocado su rechazo por la burguesía urbana, que apreciaba claramente que las devaluaciones monetarias estaban hechas con el único y exclusivo motivo de enriquecer al valido y de perjudicar al comercio castellano. Por otra parte, el acaparamiento del poder en sus manos le había hecho perder el apoyo de varios de sus más firmes partidarios, sin olvidar que el constante clima de guerra civil encubierta en Castilla durante todo el siglo XV hacía necesaria una solución.

Todos estos argumentos fueron hábilmente mezclados y utilizados por la nobleza castellana, que merced a la constitución de la denominada Gran Liga Nobiliaria (Coruña del Conde, 1449), se presentó como paladín de un reino oprimido por el condestable aunque, naturalmente, ello fuese sólo media verdad de la situación real. Con todo, Álvaro de Luna fue hecho prisionero por Álvaro de Estúñiga en Burgos y, tras un proceso carente de toda garantía judicial, fue llevado al cadalso situado en la plaza pública de Valladolid el día 2 de junio de 1453, poniendo fin a uno de los mayores poderes nobiliarios de la Edad Media castellana. 

Sepulcro de Don Álvaro y su esposa Juana, en la Catedral de Toledo
 Don Álvaro está velado por cuatro caballeros santiaguistas
y Doña Juana por cuatro frailes franciscanos

Solo algunos años después, muertos todos los instigadores, su figura fue rehabilitada, trasladándose sus restos a la catedral de Toledo, donde hoy todavía reposan.

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