viernes, 13 de marzo de 2015

Gonzalo Fernández de Córdoba. El Gran Capitán

Don Gonzalo Fernández de Córdoba fue un político y militar castellano que construyó una nueva estrategia militar y renovó el arte de la guerra, sentando las basas de la invencibilidad de los ejércitos españoles durante siglo y medio. Participó decisivamente en la Guerra de Granada y derrotó a los franceses en Italia, incorporando el reino de Nápoles a la corona de España. Pero ante todo, el Gran Capitán, sobrenombre que adquirió en las campañas italianas, fue una pieza leal y eficaz del engranaje del nuevo Estado que construyeron los Reyes Católicos.


Gonzalo (de Aguilar) y Fernández de Córdoba Nació en Montilla el 1 de septiembre del año 1453, segundo hijo de un joven matrimonio de hidalgos ricos: Pedro Fernández de Córdoba (V Señor de Aguilar de la Frontera) y Elvira de Herrera y Enríquez ((biznieta del Infante don Fadrique Alfonso de Castilla). Su hermano mayor Alonso y él, pronto se quedaron huérfanos de padre y fueron criados en Córdoba bajo la tutela de su madre Elvira y de un Gentilhombre (Don Diego Cárcamo), prudente y sabio que inculcó en los hermanos Córdoba, sobretodo en Gonzalo, la grandeza de corazón y la generosidad, la animosidad de espíritu y el hambre de gloria. Recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Orjiva y determinadas rentas sobre la producción de seda granadina. Falleció en Loja, Granada, el 2 de diciembre de 1515.

Perteneciente a la casa de Aguilar, de niño se puso al servicio del príncipe Alfonso como paje y, a la muerte de éste, pasó al séquito de la princesa Isabel. Comenzó su carrera militar en la Guerra Civil castellana y en la de Granada, donde sobresalió como soldado. Se hizo cargo de las últimas negociaciones con el monarca nazarí Boabdil para la rendición de la ciudad.

En las Guerras de Granada (1480-92) empezó a practicar sus innovaciones tácticas, que superaban la guerra medieval de choque entre líneas de caballería por la mayor maniobrabilidad de una infantería mercenaria encuadrada en unidades sólidas; su habilidad para aprovechar todos los recursos, adaptando la táctica a las condiciones del momento (empleando, por ejemplo, espías para disponer de la ventaja de la información, o practicando una lucha de guerrillas en alguna de sus campañas), explica los éxitos de su carrera, que le convirtieron desde joven en el más destacado jefe militar de la monarquía castellano-aragonesa.

Don Gonzalo Fernández de Córdoba casó en dos ocasiones: con su prima Isabel de Montemayor, que falleció al poco de celebrarse el matrimonio, y con doña María Manrique (de Lara) Figueroa y Mendoza, hija de don Fadrique Manrique de Castilla, Comendador de la Orden de Santiago, hijo de Pedro Manrique, Adelantado de León, y de Leonor de Castilla, hija del Duque de Benavente, bastardo del Rey Enrique I.

Todo parece indicar que DonGonzalo Fernández de Córdoba empleo en vida un blasón que recogía sus armas familiares (Fernández de Córdobay Enríquez) junto a las de su esposa (Manrique de Lara y Mendoza).

            
En el año 1495 desembarcó en Calabria al mando de un ejército para enfrentarse a las tropas francesas que habían ocupado el reino de Nápoles. Tras varios éxitos que culminaron con la expulsión de los franceses, regresó a España en 1498, donde sus triunfos le valieron el sobrenombre de Gran Capitán y el título de duque de Santángelo. En 1500 regresó a Italia para aplicar el Tratado de Chambord-Granada (1500) que implicaba el reparto del reino de Nápoles entre los Reyes Católicos y Luis XII de Francia.

El expansionismo francés provocó la reapertura del conflicto con España en 1502. Fernández de Córdoba, que se hallaba combatiendo a los turcos en Cefalonia, fue llamado nuevamente para dirigir las tropas españolas. Consciente de su inferioridad numérica frente al ejército francés, adoptó una estrategia defensiva, resistiendo el asedio enemigo en Barletta en espera de refuerzos; en cuanto éstos llegaron, salió a campo abierto, y derrotó a los franceses en las batallas de Ceriñola, Garellano y Gaeta (1503). Nápoles pasó así al dominio español, bajo el cual se mantendría hasta el siglo XVIII, quedando Gonzalo como gobernador del reino.

Batalla de Ceriñola
La muerte de la reina Isabel la Católica en 1504 marcó el inicio de la caída en desgracia del Gran Capitán. Su enfrentamiento con Fernando el Católico alcanzó un punto culminante a raíz del Tratado de Blois (1505), por el que el rey devolvió a la Corona francesa las tierras napolitanas que Fernández de Córdoba había expropiado a los príncipes de la Casa de Anjou y había repartido entre sus oficiales.

En 1507 Fernando viajó a Nápoles para tomar posesión de su nuevo reino, momento en que cuenta la leyenda que exigió al Gran Capitán que rindiera cuentas de su gestión financiera. Fue depuesto como gobernador de Nápoles, adonde nunca regresó a pesar de sus protestas.

Tumba del Gran Capitán en Granada
Las Cuentas del Gran Capitán



El irresistible ascenso del Gran Capitán acabó por despertar las suspicacias de Fernando el Católico, que se presentó, de improviso, en Nápoles. Las muy célebres «Cuentas» de Gonzalo Fernández de Córdoba, conservadas, hoy por hoy, en el archivo del Tribunal de Cuentas, son un buen indicio del desencuentro entre don Fernando y don Gonzalo; el cordobés, conminado a dar buena cuenta de sus dispendios ante los burócratas de Castilla, respondió como sigue:



Cargo:


Ciento treinta mil ducados remitidos por primera partida

Ochenta mil pesos por la segunda

Tres millones de escudos por la tercera

Once millones de escudos por la cuarta

Trece millones de escudos por la quinta


Descargo:


Doscientos mil setecientos y treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las Armas Españolas

Cien millones en picos, palas y azadones

Cien mil ducados en pólvora y balas

Diez mil ducados en guantes para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de los enemigos tendidos en el campo de batalla

Ciento setenta mil ducados en poner y renovar campanas, destruidas con el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo

Cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas en día de combate

Millón y medio de idem. para mantener prisioneros y heridos

Un millón en misas de gracias y Te Deum al Todopoderoso

Tres millones en sufragios para los muertos

Setecientos mil cuatrocientos noventa y cuatro ducados en espías […]

Cien millones por mi paciencia en escuchar, ayer, que el Rey pedía cuentas al que le ha regalado un Reino


1 comentario :

  1. Muy cabreado debería estar mi paisano con las exigencias reales para cantarle las 40.
    Gracias por el artículo.

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